jueves, 20 de enero de 2011

Entrevista a Julio Cortazar

http://tvradio.es/Vieja-Tv/entrevista-en-tve-a-julio-cortazar-en-el-ano-1977-una-joya-de-la-tv-nacional.html

martes, 7 de septiembre de 2010

Perros Callejeros (Por Roberta)

Era de noche cuando salíamos a la ciudad vacía y el aire húmedo nos mojaba de agua los rostros afilados.

Era de noche cuando rastreábamos las calles detrás de la ilusión de un chiringuito, mientras el hielo rezumaba sudor en los vasos de tequila.

Era de noche cuando fingíamos que el pantano donde acababan las casas era un lago de mojito en el que nadar, empujados por una brisa que olía a helado de vainilla.

Pero la brisa venía del ventilador del bar que giraba con desgana espantando a las moscas con su zumbido que era como el canto de un grillo.

Pero el lago era la piscina pública donde quedábamos por la mañana temprano después de acallar de un manotazo el despertador encima de la mesa camilla.

Pero el chiringuito era la sombrilla descolorida donde dejábamos las chanclas al lado de las butacas de plástico rojo – marca Coca-Cola – que sustituían las tumbonas de lino del cine.

Las chicas nos abanicábamos atentas a si llegaba el tío bueno que, con su pañuelo blanco atado al cuello, sorbía zumo de naranja con una pajita.

– Con ese sombrero, no puede más que ser marica – decían algunos de los chicos. – Le he visto en alguna peli porno – decían otros más osados. – Igual es marica y actor porno, que también se puede – decían los entendidos.

Nosotras, sin escucharles, deseábamos tener el valor de hacer topless para que él nos admirase los pechos firmes y adolescentes, pero nuestro atrevimiento sólo nos permitía lanzarle el balón de playa.

Una vez en casa, almorzábamos gazpacho mientras veíamos, sin oírlas, las noticias del primer ahogado de la temporada, y en la radio, debajo del candelabro, tocaban la última canción de Georgie Dann.

Nuestra ropa interior, como la de Marilyn descansaba en la nevera para que luego los tirantes del sujetador nos marcaran un tatuaje de frescor en la piel.

Y era nuevamente de noche cuando salíamos a la ciudad vacía.

Homenaje (Por Roberta)

Volveré al hotel esta noche y llenaré de sal todas las cañerías.
Las llenaré para atrapar un cabello que alguien quiso que bajara por el sumidero.
Quisiera encontrarlo y decirle, a través de la puerta que separa dos universos:
– Aquí lo tengo: la prueba de mi terquedad y mi regalo para ti.

Siento que esta operación tan trivial es algo definitivo. Después, todo será distinto – la luz será oscura y las tinieblas destellos rosados.
Los beduinos nadarán en el desierto y los inuit montarán ágiles caballos árabes.

Cuando era pequeña, las tuberías respiraban con un susurro de garganta inflamada.
Recuerdo que me asustaba saber que se alimentaban de las escamas que se desprendían de mi piel cuando mi madre me frotaba fuerte en la bañera.
Salían por la noche y se comían el polvo de talco con el que ella me rociaba y los hilos de los calcetines calados que me ponía.

Pero ha pasado mucho tiempo, el que cabe en la pegatina que una mano rechoncha puso en un azulejo. Ahora no tengo miedo de volver al hotel y llenar de sal las cañerías.
Romperé todas las paredes de todos los baños de todas las habitaciones.
Haré boquetes pidiendo perdón a los clientes, les contaré de mi búsqueda y ellos comprenderán su magnitud.

Empezaré por la última planta y luego bajaré con mi taladro en el hombro, peldaño a peldaño, sin casi hacer ruido.
Los empleados del hotel, conocedores de mi tarea, me dejarán pasar, mirándome con el respeto debido a quien cumple una misión heroica.

Los muros, las escaleras, los guardarropas, los almacenes, los mismos cimientos se tambalearán.
Los espejos, los anaqueles, las baldosas, las barandillas, los teléfonos se harán añicos.
Las sábanas saldrán por la ventana para formar un enorme pañuelo blanco que recogerá toda la lluvia del mundo.

El hotel entero reconocerá la importancia absoluta de un cabello.

A mi hija que no tengo (Por Roberta)

Yo quiero que tú seas como el viento

meciéndose en el trigo de la tarde,

que el sol en tu descanso te resguarde

e insufle de la vida en ti el aliento.

No quiero que conozcas el tormento

de la honda depresión triste y cobarde.

El miedo de saber que ya es muy tarde,

tu risa que lo espante en un momento

Seguirte desde cerca, éste es mi sino:

si tiemblas, yo te abrigo con abrazos

si dudas, yo te enseño tu camino.

Mi niña libre tú no quieres lazos

que te aten a un hipócrita destino,

te escapas como el viento de mis brazos

sábado, 22 de mayo de 2010

3. La pérdida (Trilogía de lo que queda)

La ausencia de una cama deshecha;
de los platos sucios de un desayuno generoso;
del rastro del olor a colonia y champú en el baño.

La ausencia de una puerta cerrada
sobre una palabra no dicha;
de una silla vacía al fondo del pasillo.

La ausencia de unos dedos en la cara;
de unos labios que descansan en el pelo recién lavado;
de un abrazo fuerte contra la amenaza de la noche.

La ausencia, madre del tedio y la desgana,
hermana de la pérdida.

2. El miedo (Trilogía de lo que queda)

Me asustan las nubes impúdicas que lamen
un cielo escueto de marzo,
las sombras enfermas de las noches
de un verano inmaduro,
los esqueletos de la casa
en un invierno que cruje en los huesos.

Me asusta pensar en todo lo que se mueve hacia adelante.
Me asusta pensar que yo me quedo atrás
en la estela del perfume de mi madre,
con la mano de mi padre en la cabeza.
Me asusta pensar que tengo miedo
por ellos, por mí.

1. El tiempo (Trilogía de lo que queda)

Quise matar al tiempo
porque iba demasiado de prisa.

Quise matar al tiempo
porque no quería perderlo.

Quise matarle porque me dolían
las agujas del reloj
en el tictac de las venas;
porque hubo
minutos de cerezas en la infancia
y horas de ceniza en la madurez.

Quise matarle y él se vengó atravesando
mi cuerpo con las agujas, mis oídos con el tictac.

Quise matarle y él me mató llenando
mi boca de cerezas, mis ojos de ceniza.